domingo, 9 de octubre de 2011

No hay peor ciego que el que no quiere ver.


Después de leer la nota de la señora Sarlo (http://www.lanacion.com.ar/1412508-nombrar-a-kirchner) sentí la necesidad de decir la parte que no dice y aclarar las aseveraciones que se deslizan, visiones parciales que poco se ajustan a un trabajo serio.

Somos muchos los que dimensionamos la figura de Néstor Kirchner tiempo después de haber asumido la presidencia.

Veníamos desengañados de la vieja política, de los políticos mentirosos, embaucadores, de los que prometían lo que no cumplían, de los que ataron al país a compromisos que hipotecaron el futuro de generaciones de argentinos y argentinas, de los que empujaron a la nación al barranco del 2001.

Pero nos tomamos nuestro antes de depositar nuestra confianza en ese desgarbado exgobernador pingüino que asumió con sólo el 22% de los votos. Era un Presidente que tenía toda la fuerza pero estaba pagando el costo de los gravísimos desaciertos de los que, antes que él, habían ocupado el gobierno. Esos a los que en las jornadas del 20 y 21 de diciembre de 2001 se les dedicó la frase que queda para la historia: “que se vayan todos”.

Justo en ese clima llegó “él”: Kichner, Néstor Kirchner, Néstor, o simplemente “El Pinguino”.

La estatura política se fue dimensionando con el transcurso de sus actos, de sus discursos, de lo que hizo en su gobierno. Y el 22% que legalizó su llegada a la casa rosada, sumó de a poco y de a mucho una legitimación que no paró de crecer aún después de su muerte.

Esa fue la primera estatua simbólica que se le erigió: en la esperanza del pueblo, en el corazón de la gente, en la confianza recuperada. Luego vinieron otras: la que se formó cuando la multitud se concentró, esperó horas para darle el saludo doloroso ante su repentina partida. Como en el tema de Bersuit, Néstor no paraba de crecer en los corazones de los argentinos y las argentinas que le levantaban nuevas e impactantes estatuas mientras caminaban bajo la llovizna hasta el avión que lo trasladó a su provincia natal. Esas estatuas son las que más duran. Son inexpugnables. No se derriban ni con decretos ni con mentiras, y tienen la virtud de ser transmitidas a las generaciones siguientes en el seno familiar de la gente común. Paradojas: era mucha de esa misma gente que unos años atrás había preferido “que se vayan todos” los que los engañaron y los arruinaron.

Es cierto, todo tiempo pasado fue distinto, y para comprender el presente hay que volver a examinar ese pasado.

Con respecto a lo inevitable de darle a Néstor Kirchner un lugar en la historia, más que “inevitable” es un acto de justicia.

Hablando de mitos: el mito se construye con una carga de tiempo, que se escribe y se reescribe, y ha ocurrido siempre con los personajes públicos de la historia, no sólo con los que provienen del kirchnerismo, y categorizar de “personalista” sólo al peronismo es es exponer la mitad de los hechos, es decir, es “llorar por un solo ojo”. El Yrigoyenismo, el rosismo, también tuvieron su actitud personalista, sin embargo no se menciona ex profeso por la autora de la nota que lo único que hace es seguir los dictados de la línea editorial del medio para el que escribe. Es lícito ser empleado y también lo es tomar partido por una idea. Pero hacerlo y negarlo conllevan una dosis de cinismo que toma al resto por estúpido: en enero de 2011 se publicó una nota editorial en el mismo diario que parecen “la madre” y “la hija”. En enero http://www.lanacion.com.ar/1340510-kirchner-la-construccion-de-un-mito y en octubre: http://www.lanacion.com.ar/1412508-nombrar-a-kirchner.

Leer ambas notas, encontrar las líneas en común, repetidas, me llevó a pensar al principio qobre la pobreza de ideas, ¿cómo se puede copiar una nota editorial del diario de hace 9 meses?. Pero después entendí que, en realidad no se ha vuelto sobre un tema sino porque se trata de una imposición editorial.

Como decía Jauretche, pero refiriéndose a otro diario (La Prensa), pero que le cabe muy bien a la nota en cuestión, dada la orientación ideológica del diario donde: “Sus columnas fueron columnas fundamentales de la estructura cultural del coloniaje y sus páginas nutrieron, día a día, durante un siglo la mentalidad entreguista destinada a evitar cualquier reacción del espíritu nacional. El imperialismo coronó sus estructuras económicas con un andamiaje de ideas, principios y concepciones que sujetaba a los argentinos a un verdadero coloniaje mental. La Prensa ha sido y sigue siéndolo, una pieza clave de ese mecanismo de dominación, sin duda más difícil de quebrar que el económico”[1].

Hay ataques descarnados pero disfrazados de argumentos serios. Cuando se hace referencia a que desde la muerte de Néstor Kirchner nuestra Presidenta comenzó a nombrarlo a él, al hombre que la acompañó en los años en que ambos eran estudiantes de la carrera de derecho, al que después fue su compañero no sólo de militancia sino como pareja, al padre de sus hijos, como “él”. Todos y todas –sin haber transitado los claustros eminentes ni haber disertado en prestigiosas universidades del exterior- nos damos cuenta de que la utilización del pronombre evita, al reemplazar el nombre, una excesiva emoción. Cualquiera puede comprenderlo. Cualquiera que tenga la capacidad de entender que muchas veces se da esa conjunción exacta entre dos seres humanos que compartían un proyecto, que supieron construirlo y que establecieron una relación en el espacio y en el tiempo, que los unió algo que simplemente se llama amor. Al menos debería tratar de entenderlo sin partir del propio prejuicio o de la propia frustración porque ensucia el desarrollo de su pensamiento, y avanza un poco más allá forzando una comparación de la situación familiar de la Presidenta con la actividad de la hija del presidente que perdió un hijo en un accidente de helicóptero.

Grave error o falacia, no lo se, Cristina en el gobierno no es la heredera de Kirchner, es la Presidenta elegida por el voto popular. Los herederos (en sentido jurídico, referido a sus bienes) en todo caso serán aquellos que defina el Código Civil. Pero en la nota se se explicita y deja “flotando” la primera idea.

Avanzada la lectura de la nota encontramos que se habla de la “astucia” del peronismo. Exponer así en general, sin mayores precisiones argumentales o con serios fundamentos, resulta una omisión que no pareciera producto de un olvido debido la calidad de quien escribe. Pero, suponiendo que fue un “olvido”, cabría preguntarse las causas de la falta de ¿astucia? (para seguir el “razonamiento”) por parte de otros partidos políticos, la carencia o las pocas creaciones simbólicas, y la explicación de por qué no los supieron mantener en el tiempo como núcleo duro de identidad partidaria.

Cuando afirma que el nombre de Néstor “está por todas partes” resulta se instala desde dicha afirmación una actitud que induce al error por generalización, ¿cuántas avenidas, plazas, etc. llevan el nombre de otros líderes políticos a los que la señora Sarlo no menciona ni en los hechos ni en el tiempo?. Tal vez convendría un estado de situación acerca de los nombres de calles, avenidas, plazas, etc. y un trabajo comparativo para conocer fehacientemente cuál es la verdad. Lo contrario, dicho desde sus palabras, induce a pensar una realidad fraccionada.

Paradójico, pero quienes se embanderan en la supuesta seriedad de su “análisis” se hace eco de “Rumores y trascendidos, todavía incomprobables” (SIC) pero que incluye como otorgándoles crédito. Si se trata de un rumor o un trascendido es un simple “chusmerío” y si es incomprobable por ahora ¿para qué darle trascendencia?.

Sin lugar a dudas ya no leemos los diarios con los ojos de la “Doña Rosa” de los años de Neustadt, esa invención alimentada con puñados de mentiras o de medias verdades orientadas a forma opinión pública vertical. La elaborada contradicción de que: “Néstor es irreemplazable, pero para seguir siendo irreemplazable tiene que ser reemplazable. Cristina ocupa el lugar del irreemplazable” es claro que, efectivamente, Néstor es irremplazable en el lugar que ocupaba, y que Cristina no ocupa porque ella es la Presidenta actual, en tanto que él se ocupaba de otras cuestiones. Pero se sigue ensuciando la investidura presidencial cuando se refiere a la “sucesión por matrimonio” frase tan falta de verdad que no requiere explicación.

Cuando leía esta temeraria nota, recordé a Arturo Jauretche cuando evocaba los tiempos en que “los grandes diarios” (aludiendo a La Prensa, La Nación) imponían los temas que se repetirían a lo largo de la jornada, y de cómo –utilizando un argumento falaz- para ocultar su decadencia, los obedientes empleados de estos “grandes diarios” vociferaban acerca de lo mal que estaba el país porque la gente leía “Crónica” y ya no repetían las zonzeras elaboradas por ellos.

Voy a dejar que termine de contestar la nota Don Arturo Jauretche, contrarrestando la mala leche de la nota:

“La caída de circulación, … es la mejor prueba de que pasó el tiempo de la tiranía del cuarto poder y del acatamiento a lo loro de lo dicho en la columna magistral de los editoriales. Esto se sabe perfectamente en las redacciones y para obviar el que nadie les lleve el apunte a lo que editorialmente se dice, se ha dado el recurso de dar la información de los hechos, no como ocurren, si no como debieran ocurrir según la doctrina profesada por el periódico. …Esto ha llevado a que los redactores seleccionados sean los que rellenan y adoban los telegramas, y que los que no sirven escriban los editoriales, por lo que no es raro que los escriba algún Mitre o algún Paz.

He vivido bastantes años para ver la amplia curva de ascenso y luego la de descenso desde el cenit, del prestigio de los grandes periódicos hasta esta hora de decadencia definitiva.

Hijo de mi tiempo y de mi época los vi en mi infancia, como los miraba hacia arriba como los veo ahora en mi vejez, mirando hacia abajo. Pero lo que importa no es cómo los vi o los veo yo sino como los ve el pueblo, y compruebo que en éste se ha ido produciendo una toma de conciencia paralela a la maduración que se produjo en mí: a medida que el país fue elaborando una conciencia de sus propios intereses y una fe y esperanza en el destino nacional, y se destruían los mitos y las supersticiones coloniales que la obstaculizaba, esta conciencia alcanzaba también a la identificación de los instrumentos de la colonización pedagógica. Así hemos llegado al momento en que la misma circulación, escasa o abundante, ya ni siquiera es índice de la eficacia periodística porque la masa de lectores ha identificado la calidad empresaria del supuesto órgano magistral. Han pasado los tiempos en que los grandes medios eran citados como autoridades. Más bien en lugar de manifestarse dice ” La Nación, dice La Prensa”, suele comentarse hoy: ” hasta lo dice “La Prensa” y “La Nación” para mostrar una verdad tan evidente que los enemigos natos de la misma no pueden disimular”. ARTURO JAURETCHE, Noviembre de 1970



[1] La Prensa, cien años contra el país. Ed. Por Sindicato de luz y Fuerza Capital federal.